¿Cuánto cuesta tu vida?, no la que llevas ahora… la de verdad.

He descubierto que tenemos un problema grave con los sueños… nos cuestan… mucho, no nos cuesta decir si me tocara la lotería, haría esto o aquello, pero si tenemos que imaginar nuestra cuenta bancaria con X€ de repente, lo limitamos a unos pocos miles de euros.

Cuando hablo con mis clientas me dicen cosas del tipo: 

  • No necesito mucho para vivir
  • Yo con X€ me conformo 
  • Soy de gustos sencillos 

Y yo las creo, pero cuando les pregunto si les gustaría viajar más, comer mejor o hacer más deporte, de repente esos números no cuadran y si pensamos en hacer crecer el negocio o dejar de trabajar… las cifras hacen aguas

Lo digo siempre, nos cuesta hablar de sexo y de dinero y si me apuras, más de dinero que de sexo. 

No tenemos educación financiera sólida y un montón de creencias limitantes que nos impiden ver que el dinero es un medio, nada más. 

Te cuento mi propia historia

En el 2013 quebró la empresa en la que trabajaba y mi única salida en ese momento fue emprender, descubrí los coworkings y como era algo que era muy afín a mí, decidí abrir uno.

No me planteé nada, ni cuánto quería ganar, ni qué tipo de vida quería vivir, ni cómo iba a crecer, eso sí, hice un plan de empresa de 70 páginas cuyo resultado fue que necesitaba 50.000€ (que no tenía) y que me agobió más de lo que estaba. 

Una coach financiera me hablo de los mínimos productos viables, es decir, qué hacer con los recursos que tenía y así, con una inversión de 5.000€ abrí mi primer espacio. 

Al año siguiente, surgió la posibilidad de “franquiciarlo” y lo hice, pero seguía sin plantearme nada demasiado, iba en piloto automático, crecía, el espacio iba bien, nos convertimos en referentes en nuestra comunidad y yo trabajaba 10 horas diarias y muchos fines de semana, pero como era mío, sentía que estaba cansada, pero que todo estaba bien. 

La vida es muy sabia, no siempre enseña de forma dulce, pero siempre enseña. 

En 2019, mi vida estalló por los aires, literalmente. Mi mundo tal y como lo conocía desapareció, me divorcié y mi padre falleció, todo con un mes de diferencia. 

Me encontré sola, abatida, cansada y con un negocio que me exigía atención constante, además tenía dos hijos y una hipoteca… vamos un cuadro. 

Capeé como pude y empecé a plantearme que tenía que hacer cosas que me demandaran menos esfuerzo y que me dieran más dinero.

Así empecé a dar formaciones de forma continua y a hacer consultoría como servicio constante, ya que hasta ese momento solo lo hacía de forma esporádica y solo suponía menos de un 20% de mi facturación. 

Entonces sucedió lo que nadie esperaba, marzo 2020… nuevo revés, otra vez me vi en la cuerda floja, pero mis coworkers y la propietaria me apoyaron muchísimo y así superé la situación de nuevo. 

Ese año, cuando estaba haciendo el cierre anual, yo ya empezaba a sentir que trabajar todo el tiempo, no me gustaba, al tener custodia compartida, una semana era mami y empresaria, pero la siguiente, solo empresaria, lo cual me dejaba tiempo libre que disfrutaba mucho y yo quería ese tiempo siempre, no solo cuando estuviera sola. 

Quería tener tiempo y dinero para hacer cosas con mis hijos, para viajar, para cuidarme, para hacer deporte, para estar con mis amigas… y un run run empezó a crecer dentro de mí. 

Revisando mis cuentas, me di cuenta de que la formación y la consultoría representaban el 100% de mi salario, lo cual evidenciaba que yo ya no necesitaba el coworking para vivir. 

Booooom .

Fue un golpe de realidad. Algo que me había hecho muy feliz en otro momento de mi vida, ahora era un lastre

Esto había ocurrido de forma natural, sin previsión ninguna, pero me hizo consciente de algo muy potente: Podemos elegir. 

Vivimos en  un momento de la historia en el que los modelos de negocio ya no son estáticos y constantes para siempre, sino que son dinámicos y evolucionan, no solo por exigencias del mercado, sino por deseo de sus promotores. 

Me quedé en shock.

¿Qué pasaría si cerraba el coworking? Lo confieso, me dio vértigo. Era algo que conocía, que era predecible (en lo bueno y en lo malo) y que yo ya sabía como funcionaba, sin embargo, aunque llevaba muchos años haciendo formación y consultoría dentro del espacio, no sabía si sería capaz de hacerlo sostenible en el tiempo (maldito síndrome del impostor que se alimenta de lo conocido y predecible). 

Pero entonces pensé en lo fantástica que era mi vida, la semana que no estaba tan agobiada, cuando podía organizar mi tiempo y no ser esclava del mismo y esa sensación me dio alas. 

No me lo pensé, cerré. La consecuencia directa: empezar a trabajar solo por las mañanas en el horario escolar de mis hijos, lo siguiente, tener tiempo todo el tiempo, para ellos y para mí. 

Cogí un despacho y atendía a mis clientes allí, tenía libertad horaria, pero no geográfica, aunque yo no lo sabía en ese momento. 

Lo confieso era muy feliz, pero no lo tenía todo. 

Me llamaron para trabajar en Málaga y me pasé dos temporadas trabajando una semana en Mallorca y una en Marbella y eso hizo que de forma natural me salieran clientas allí también, así fue como descubrí que también quería libertad geográfica y un nuevo cambio llegó: las sesiones dejaron de ser presenciales y pasaron a ser 100% online, esto hizo que la propuesta de valor aumentara, porque las sesiones son grabadas y las chicas tienen los vídeos para siempre, incluso cuando terminamos la consultoría. 

Esto hizo que tuviera que ajustar mis presupuestos y ahí fue cuando me plantee que no podía vivir con un sueldo que cubriera mis gastos, sino que tenía que empezar a definir qué tipo de vida quería y cuanto costaba. 

Eso dinamitó mis creencias. Todas. 

Me replanteé mi modelo de vida de principio a fin, mis hijos estaban creciendo, en unos pocos años se independizarían y eso me dejaría muchísimo tiempo libre y no quería invertirlo en trabajar más… sino en lo contrario. 

En ese momento me senté a hacer lo que no había hecho nunca. Soñar. Soñar a lo grande. 

        1. ¿Cómo quería que fuese mi día a día?
        2. Cómo era mi modelo familiar y qué quería darle a mis hijos?
        3. ¿Qué ocio y estilo de vida quería tener?
        4. ¿Cuántas veces quería viajar? 
        5. ¿Desde dónde quería trabajar? 
        6. ¿Cuántas horas quería dedicar a mis servicios.

Lo digo siempre, nos cuesta hablar de sexo y de dinero y si me apuras, más de dinero que de sexo. 

No tenemos educación financiera sólida y un montón de creencias limitantes que nos impiden ver que el dinero es un medio, nada más. 

Te cuento mi propia historia

En el 2013 quebró la empresa en la que trabajaba y mi única salida en ese momento fue emprender, descubrí los coworkings y como era algo que era muy afín a mí, decidí abrir uno.

No me planteé nada, ni cuánto quería ganar, ni qué tipo de vida quería vivir, ni cómo iba a crecer, eso sí, hice un plan de empresa de 70 páginas cuyo resultado fue que necesitaba 50.000€ (que no tenía) y que me agobió más de lo que estaba. 

Una coach financiera me hablo de los mínimos productos viables, es decir, qué hacer con los recursos que tenía y así, con una inversión de 5.000€ abrí mi primer espacio. 

Al año siguiente, surgió la posibilidad de “franquiciarlo” y lo hice, pero seguía sin plantearme nada demasiado, iba en piloto automático, crecía, el espacio iba bien, nos convertimos en referentes en nuestra comunidad y yo trabajaba 10 horas diarias y muchos fines de semana, pero como era mío, sentía que estaba cansada, pero que todo estaba bien. 

La vida es muy sabia, no siempre enseña de forma dulce, pero siempre enseña. 

En 2019, mi vida estalló por los aires, literalmente. Mi mundo tal y como lo conocía desapareció, me divorcié y mi padre falleció, todo con un mes de diferencia. 

Me encontré sola, abatida, cansada y con un negocio que me exigía atención constante, además tenía dos hijos y una hipoteca… vamos un cuadro. 

Capeé como pude y empecé a plantearme que tenía que hacer cosas que me demandaran menos esfuerzo y que me dieran más dinero.

Así empecé a dar formaciones de forma continua y a hacer consultoría como servicio constante, ya que hasta ese momento solo lo hacía de forma esporádica y solo suponía menos de un 20% de mi facturación. 

Entonces sucedió lo que nadie esperaba, marzo 2020… nuevo revés, otra vez me vi en la cuerda floja, pero mis coworkers y la propietaria me apoyaron muchísimo y así superé la situación de nuevo. 

Ese año, cuando estaba haciendo el cierre anual, yo ya empezaba a sentir que trabajar todo el tiempo, no me gustaba, al tener custodia compartida, una semana era mami y empresaria, pero la siguiente, solo empresaria, lo cual me dejaba tiempo libre que disfrutaba mucho y yo quería ese tiempo siempre, no solo cuando estuviera sola. 

Quería tener tiempo y dinero para hacer cosas con mis hijos, para viajar, para cuidarme, para hacer deporte, para estar con mis amigas… y un run run empezó a crecer dentro de mí. 

Revisando mis cuentas, me di cuenta de que la formación y la consultoría representaban el 100% de mi salario, lo cual evidenciaba que yo ya no necesitaba el coworking para vivir. 

Booooom .

Fue un golpe de realidad. Algo que me había hecho muy feliz en otro momento de mi vida, ahora era un lastre

Esto había ocurrido de forma natural, sin previsión ninguna, pero me hizo consciente de algo muy potente: Podemos elegir. 

Vivimos en  un momento de la historia en el que los modelos de negocio ya no son estáticos y constantes para siempre, sino que son dinámicos y evolucionan, no solo por exigencias del mercado, sino por deseo de sus promotores. 

Me quedé en shock.

¿Qué pasaría si cerraba el coworking? Lo confieso, me dio vértigo. Era algo que conocía, que era predecible (en lo bueno y en lo malo) y que yo ya sabía como funcionaba, sin embargo, aunque llevaba muchos años haciendo formación y consultoría dentro del espacio, no sabía si sería capaz de hacerlo sostenible en el tiempo (maldito síndrome del impostor que se alimenta de lo conocido y predecible). 

Pero entonces pensé en lo fantástica que era mi vida, la semana que no estaba tan agobiada, cuando podía organizar mi tiempo y no ser esclava del mismo y esa sensación me dio alas. 

No me lo pensé, cerré. La consecuencia directa: empezar a trabajar solo por las mañanas en el horario escolar de mis hijos, lo siguiente, tener tiempo todo el tiempo, para ellos y para mí. 

Cogí un despacho y atendía a mis clientes allí, tenía libertad horaria, pero no geográfica, aunque yo no lo sabía en ese momento. 

Lo confieso era muy feliz, pero no lo tenía todo. 

Me llamaron para trabajar en Málaga y me pasé dos temporadas trabajando una semana en Mallorca y una en Marbella y eso hizo que de forma natural me salieran clientas allí también, así fue como descubrí que también quería libertad geográfica y un nuevo cambio llegó: las sesiones dejaron de ser presenciales y pasaron a ser 100% online, esto hizo que la propuesta de valor aumentara, porque las sesiones son grabadas y las chicas tienen los vídeos para siempre, incluso cuando terminamos la consultoría. 

Esto hizo que tuviera que ajustar mis presupuestos y ahí fue cuando me plantee que no podía vivir con un sueldo que cubriera mis gastos, sino que tenía que empezar a definir qué tipo de vida quería y cuanto costaba. 

Eso dinamitó mis creencias. Todas. 

Me replanteé mi modelo de vida de principio a fin, mis hijos estaban creciendo, en unos pocos años se independizarían y eso me dejaría muchísimo tiempo libre y no quería invertirlo en trabajar más… sino en lo contrario. 

En ese momento me senté a hacer lo que no había hecho nunca. Soñar. Soñar a lo grande. 

  • ¿Cómo quería que fuese mi día a día?
  • ¿Cómo era mi modelo familiar y qué quería darle a mis hijos?
  • ¿Qué ocio y estilo de vida quería tener?
  • ¿Cuántas veces quería viajar? 
  • ¿Desde dónde quería trabajar? 
  • ¿Cuántas horas quería dedicar a mis servicios?

Y todo cambió.

Dejé mi despacho para empezar a trabajar en casa (o dónde esté), pasé a limitar las formaciones y consultorías que hago y, y decidí que quería un modelo totalmente digital que me diera libertad horaria, geográfica y financiera. 

Empecé a diseñar un modelo 100% digital y decidí que esta vez no quería hacerlo sola, ni aprender yo lo que necesitaba, así fue como busqué una persona que complementara, que llegara a donde yo no quería y que tuviera los conocimientos que necesitaba y que no quería adquirir, así llegó Iune a mi vida y ahora es la responsable de todos los cambios digitales que llevamos tiempo viviendo. 

Ella ha conseguido lo que yo sola no hubiera podido, ayudarme a conceptualizar las soluciones perfectas para nuestras clientas sin renunciar a que ellas sigan consiguiendo resultados (¡y por menos dinero!). Hemos rediseñado completamente el modelo de negocio, redefinido los productos e implementando nuevos canales y sistemas de ventas. El objetivo 2025: que el negocio ya no dependa de mí. 

Así que desde hace mucho tiempo, el primer paso que hago con mis clientas es: definir qué vida quieren, créeme si tienes esto claro, todo lo demás cambiará y lo hará para mejor. 

Sé que da miedo, pero es solo al principio. Una vez que saboreas los primeros beneficios… ya solo quieres más. 

Por eso te propongo una cosa, deja los prejuicios a un lado, coge una copa de vino, un café, una infusión o tu bebida favorita, descárgate nuestra ecuación de vida, y calcula cuánto cuesta tu vida ideal, no la que llevas ahora, sino la que te gustaría llevar de verdad, no lo cuestiones, no lo juzgues, no pienses si está bien o está mal, si es posible o no, solo hazlo y así tendrás una idea de si lo que estás cobrando ahora se acerca o no a lo que quieres, ese será el primer indicador de qué puedes hacer para empezar a cambiar lo que estás haciendo.

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