De niña me imaginaba entrando en una agencia de publicidad, siendo una publicista de éxito.

Nunca me he considerado una persona creativa y si soy honesta, se me ocurren muchas soluciones, pero ninguna lo suficientemente fantástica para ser una campaña de publicidad, pero.. ese era mi sueño y como tal, lo disfrutaba.

A los 15 años me mudé a la otra punta del país a un pueblo costero dónde solo había bachillerato y FP, busqué alternativas en una ciudad cercana y encontré un FP de marketing y comercio y le dije a mis padres que eso era lo que quería estudiar. La respuesta fue tajante: No, no iba a coger 3 autobuses cada día para estudiar. Decidí hacer bachillerato y mis padres se empeñaron en que debía estudiar FP, así si al final no quería hacer una carrera, por lo menos tendría algo con lo que trabajar… 5 años más tarde era Técnico en Informática de empresa, vamos una administrativa más con un título pintón.

No seré desagradecida, si soy sincera, durante 15 años ese título no solo me ha dado de comer, sino que sumado a mi constancia y proactividad, consiguió que a los 30 fuera ascendida a adjunta del departamento de tesorería de una multinacional y a los 36 lideraba mi propio equipo.

Sabía hacer mi trabajo, lo hacía bien y me gustaba.

Cuando quebró la compañía que me había visto crecer, mi primer pensamiento fue: No sé que voy a hacer, pero voy a ser feliz.

Tomé la decisión consciente y responsable de emprender y el primer pensamiento fue el de realizar algún tipo de servicio de consultoría relacionado con el mundo financiero. Era lo que conocía y me gustaba, pero eso no es suficiente.

En un ejercicio de auto conocimiento, volví a mis orígenes. El mundo financiero me había dado de comer y lo que me hacía feliz de ese mundo no era el trabajo en sí, sino las oportunidades que me había ofrecido a lo largo de los años. En otro post te contaré cómo llegué hasta aquí, pero sí que todo eso me hizo reflexionar sobre una gran verdad. El hecho de saber hacer algo no es motivación suficiente para emprender.

Hay un gran libro llamado: «El mito del emprendedor» que te hace reflexionar sobre todo esto.

Un ejemplo: Imagina que te apasiona la repostería, es lo que más feliz te hace en el mundo, por lo que la evolución natural en una persona emprendedora sería abrir una pastelería. Pero… ¿qué pasará cuando debas dejar de hacer pasteles para gestionar la pastelería? ¿Seguirás siendo igual de feliz?

Saber hacer algo no es garantía de nada, por que en algún momento deberás dejar de hacerlo para hacer algo totalmente necesario para el éxito del negocio: Gestionar y eso… ni sabemos hacerlo, ni nos gusta.

Conclusión: Si te gusta hacer pasteles y no quieres dejar de hacer pasteles y, por supuesto, no estás dispuesta a dejar de hacer pasteles para gestionar la pastelería, mejor busca trabajo en una buena pastelería. Si decides poner una pastelería… asume que al final deberás dejar de hacer pasteles. Tú decides.

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